El antídoto

"Un helicóptero me dejó en la terraza". Eso contestaba mi abuelo cuando le preguntaba, no habiéndolo visto llegar, por dónde había entrado. Le cuestionaba, aún muy niño, la veracidad de lo que me decía. Sin embargo, en lugar de buscar pruebas que evidenciaran el engaño, hacía todo para encontrar cualquier coincidencia que reforzara, de modo pretendidamente neutral y objetivo, el descenso del helicóptero sobre la casa: un ruido, una mancha de aceite, una baliza, un gorro de aviador. Lo que estaba aceptando -sin saberlo- era una oferta inesperada en el menú: otra vida posible. Mi abuelo ya no era sólo un sindicalista peronista, sino mucho más, al punto de ser trasladado por el aire: era un hombre importante. Sin caer en la cuenta, claro, de que esa importancia estaba indefectiblemente ligada a mí, a mis necesidades, a mi vida. Después de alguno de esos descensos mágicos, me llamó, hizo saltar los seguros de su maletín y me entregó, como regalo, el libro Ella de H. Rider Haggard; tapas duras color amarillo, colección Robin Hood, editorial Acme. La ficción llegaba envuelta en un cuento familiar, en una otra ficción ad-hoc para mí, en una ofrenda narrativa. Y, de otro modo, un legado: ese era su libro favorito de aventuras, el que más le había gustado cuando niño, casi a la misma edad que yo tenía cuando me lo regaló. Fue la llave que abrió la puerta de otros relatos: De la Tierra a la Luna, 20.000 leguas de un viaje submarino, Viaje al centro de la Tierra, por sólo nombrar a quien en mi infancia fue el referente esencial de la ciencia ficción: Julio Verne. Aún muerto, no había mejor que él. Como un Gardel literario, cada día escribía mejor. Así me interné en las vísceras del Nautilus, junto al Capitán Nemo y su tripulación; excavé hasta dar con cuevas donde aún vivían animales prehistóricos; trepé al cohete espacial que me llevaría a la Luna. Si Leonardo Da Vinci había diseñado el futuro, Verne lo ponía en palabras accesibles para un niño como yo que, sentado en un sillón, metido en la cama, tirado en el patio boca arriba, era atravesado por esas historias y me preparaba para el futuro.

No creo que fuera mera casualidad el que, junto a uno de mis hermanos, diseñáramos una máquina para excavar y llegar al centro del planeta. Si bien fue una obra de ingeniería infantil que no pasó de un par de planos desprolijos con tornillos pegados a su superficie con cinta adhesiva, el proyecto no carecía ni de seriedad ni de una sensación indiscutible de posibilidad de concreción. Pensado a la distancia, era la única proeza verniana no realizada: el primer submarino construido fue bautizado Nautilus en honor al Nautilus literario; con mis propios ojos vi la (hoy cuestionada en su veracidad) primera caminata humana sobre la superficie lunar. Sólo restaba llegar al centro de la Tierra para dar un cierre completo al sustantivo vuelto adjetivo con que me fue presentado don Julio Verne: visionario. Los japoneses se están encargando de una forma menos aventurada de acercarse al objetivo en 2007 con su barco taladrador Chikyu que llegará a los 11.000 metros de profundidad. Pero para mí, la imposibilidad de esa construcción me permitió otra atravesada por las palabras, construida por y con las palabras; como los relatos de mi abuelo, como los relatos de mi abuela por las noches antes de dormir.

Ese fue el germen de una idea: no hay mejor antídoto para los horrores del futuro que la ciencia ficción. Lo que como lector me construía como escritor también me preparaba para ver concretarse las "premoniciones" (siempre après-coup) de los visionarios. El barco Chikyu, la clonación de la oveja Dolly, la replicación de embriones sin sistema nervioso para ser usados como reserva para transplantes de células madre, el avance de la robótica, de la nanotecnología, la inmediatez del dato, la amplitud de la Web no son sino los rastros visibles de la inmensa babosa de la historia en el filo de la navaja. Si aquello impensable como concreto (incluso al punto de proceder al descrédito del valor literario de una obra futurista) surcó el fondo del mar, trepó al espacio hasta dar con la Luna, está excavando para penetrar 11.000 metros por debajo de la superficie del planeta, entonces otros futuros son posibles. Habrá que ver cuál de los futuros que nos han inoculado prenderá en el cuerpo social hasta convertir la ciencia ficción en registro de la historia. Y saber cómo vivir con/en/a pesar de ese futuro.

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