Acerca del tiempo suspendido

Mi abuelo me regaló mucho más que un libro de aventuras: me ofreció un marco de referencia desde el cual poder pensar y preguntarme sobre la vida -años más tarde y habiendo decantado la fascinación-; motivo por el cual Ella, de H. Rider Haggard, se convirtió para mí, al decir de Henry Miller, en el libro que todo escritor debería volver a leer: aquel que, en su infancia, lo inició como lector y, sin saberlo entonces, como escritor. Cuando mi abuelo me entregó el libro me entregó la posibilidad de pensar la idea de la eternidad como tiempo suspendido, presente en esa novela. Allí, con personajes sobreviviendo a un naufragio y con la vida siempre en riesgo; atravesando selvas llenas de amenazas de muerte y peligros al acecho; lo que se impone es la eternidad. Eternidad entendida como inmortalidad del cuerpo y la lucidez: Ayesha, reina de una perfección y belleza tal que subyuga y somete a cualquier hombre en el preciso momento de mirar su rostro por (eterna y única) primera vez. Un fuego fatuo la mantiene joven y lozana, hermosa e íntegra, detenida en un momento del tiempo: aquel que siguió a la muerte de Kalikrates, Su Amado Eterno, a quien decide esperar a través de los años. En la novela, se plantea la eternidad del instante y su congelamiento, la detención en el tiempo amoroso; establece un compás de espera por ese hombre que atravesará, alguna vez, el portal de la muerte. El tiempo tiene el sentido de lo valioso, de lo imposible de recuperar y del precio necesario de pagar por lo que es más certeza que promesa: Ayesha tiene, en la tierra, una parte del Edén. Es allí donde las almas/los espíritus, tienen su lugar por fuera del tiempo; donde el ser humano puede pensarse en una suspensión sin cronología. No hay promesa religiosa sin promesa de un devenir eterno y placentero, sin sobresaltos, feliz. Haggard parece hacer notar que no es posible el paraíso sin la detención del tiempo: Ayesha necesita un marco de realidad que sustente la inmovilidad y tiene el poder necesario para lograrlo: si lo desea, es inmortal. Por eso la geografía humana se completa con un séquito de esclavos que, generación a generación, la veneran, la cuidan hasta la propia muerte. Para el tiempo suspendido en la espera amorosa, todo debe quedar inmóvil en el tiempo, como un faro incandescente, una guía para el alma que volverá desde el fondo de la historia.

Fuera del sentido de la eternidad (en todo caso correspondería hablar de una eternidad de tiempo lógico) y en un registro del orden del dar cuenta de sí mismo, Joseph Roth se encarga de tocar la suspensión del tiempo en su relato/nouvelle La leyenda del santo bebedor. Su personaje, Andreas Kartak, atraviesa por dos momentos que no le hablan de su presente inmediato, del instante mismo en el que las cosas suceden, sino de un tiempo transcurrido entre dos hitos –uno lejano, el otro el presente-, de un tiempo que pasó, que se perdió, que transcurrió sin que él tuviera el más mínimo registro del devenir. El pasado es un paréntesis, es una oquedad, una falta que se manifiesta, por ejemplo, en el cuerpo dormido de quien fuera, en todos los modos posibles, su amada. Es ese acontecimiento, vivido casi como una iluminación, el que lo hace reactualizar su pasado, reabrir el tiempo comprimido y sentir, como el golpe de un puño, el paso de los últimos años. Es en esa abrupta salida de la suspensión, donde el personaje se cuestiona a sí mismo, se pone en tela de juicio.

En la primera de las lecturas, la eternidad inmóvil de Ayesha presenta inalterado al sujeto, es decir, su posición frente a la suspensión es de respuesta (Mi amado volverá y por eso espero) a una pregunta amorosa (¿Volverá el amado?); en la segunda, el dar cuenta de sí y su pasado en Kartak, la posición es claramente de pregunta (¿Qué ha sido de mí durante todo este tiempo que no registro haber vivido?) a partir de una respuesta amorosa (Volvió la amada, alterada por la historia). Es en esas sutilezas, matices y profundidades donde la literatura es riqueza. Esté donde esté la pregunta, sea tan imposible como sea la respuesta.

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