El Otro y el Monstruo

Casi dos años después del fin de la Segunda Guerra Mundial vio la luz una de las ficciones más interesantes que se hayan escrito sobre el concepto del monstruo. Más precisamente, sobre la relación de uno (un personaje) con los Otros como máscara de lo monstruoso. Ese texto es Soy leyenda de Richard Matheson, en el que el escritor incluye algo realmente novedoso en la construcción de la figura del vampiro, el impacto que éste tiene en el lector y el terror y la fascinación que provoca. Matheson ingenió una narración basada en el cambio de la posición subjetiva de un personaje que pasa de ser la víctima potencial de una pandemia de vampiros, a ser la bestia feroz que aniquila sin piedad y amenaza destruir la formación de una sociedad cimentada en valores nuevos (el vampirismo) y ajenos a lo que llamamos -y supone- ser humano. Para ello, Matheson usa como emisario en su ficción a Robert Neville, quien gracias a su constancia (hasta el aburrimiento y la desidia) matando vampiros de todas las edades durante el día y refugiándose en su casa-búnker durante la noche, se convierte en el defensor a ultranza del status quo, el paladín del modo de vida humano -en lo general- y norteamericano -en lo particular- que el lector no sólo asume como propio sino, por sobre todas las cosas, como el mejor posible; el único deseable. Ese es el recorrido que Matheson le propone al lector identificado con Neville: compartir la lucha contra la amenaza hasta ponerlo frente a la evidencia de que el monstruo puede estar mucho más cerca de lo que se supone, tan cerca como se puede estar de la certeza de saberse monstruo.

Después de una ardua resistencia de años, Neville herido y agotado, habiendo perdido sentido su vida fuera del acontecer biológico, ve (una vez más) y mira (por primera vez) a esos Otros a los que siempre consideró enemigos de sus valores morales, usurpadores de su patria más íntima. Monstruos, abominaciones a los que combatió al punto de ser el brazo ejecutor de un exterminio privado. Invierte los roles: los vampiros le temen porque deja regueros de cadáveres; trueca en muertos a sus seres queridos. Para los vampiros Neville es la Abominación. Eso es lo que ve el personaje de Matheson, ese es el espejo de los Otros que lo reubica, lo sacude, lo atraviesa y lo arroja al mundo transformado en una bestia salvaje, transformado en eso mismo que él ha combatido día a día, vampiro muerto a vampiro muerto. Asume su destino trágico y se reconoce como monstruo. Pero es en el darse cuenta donde el odio por el Otro cesa, cuando se deja llevar a la muerte/al sacrificio necesario que garantizará, hasta la próxima guerra (origen de la pandemia), una sociedad que busca su equilibrio en una esperanza de superación, haciendo caso omiso a la premonición del fracaso repetido.

La cercanía del texto con el apogeo y caída del nazismo, hace pensar en la posibilidad de una lectura en relación que da por tierra el sentido simplista y tranquilizador de la moral del Bien y del Mal. Si en los principios del relato Neville puede ser visto como el que resiste al nazismo (en tanto pandemia monstruosa que amenaza), el sentido se rompe cuando, en su dar cuenta de qué es Lo Normal, cede el lugar del Bien para asumirse como el Mal; cuando su vida se reduce a la representación unipersonal del exterminio. Esa es la mayor potencia del concepto argumental de la novela. Al fin de cuentas, la pregunta que Matheson puede haber inyectado en la literatura de ficción es si la sociedad norteamericana se reconocerá, en tanto imperial, como el monstruo feroz que necesita dejar tendales de enemigos en el camino de la Historia. Siguiendo esa conjetura, quizás no sea casualidad que el apellido Neville lleve literalmente en sus entrañas la palabra evil, es decir, lo maligno.

Contacto

Click&Mail

Grupos de Google
Suscribite
Correo electrónico:
Consultar este grupo